jueves, 12 de noviembre de 2009

Un día negro.

Camine con pasos cortos y sentí que el ruido de las escaleras mecánicas aumentaba. El bastón ya se había convertido en una extensión de mi mano era como si tocara el piso con la punta de mis dedos y sintiera cada desnivel y cada obstáculo. Mi bastón era un sensor capaz de percibir hasta la temperatura de las cosas. Por momentos al salir de casa y asomar el bastón por la puerta podía adivinar hasta el clima en el día que comenzaba. Ahora me estaba llevando hacia las escaleras, se movió por si solo y di un paso alargado para entrar en la correa. De forma automática comencé a subir y deje atrás el ruido de los trenes. Conozco bien esa escalera es unas de las mas largas del sistema, estoy casi seguro que las estación debe estar como cinco o seis pisos bajo tierra. La brisa fresca y la corneta de un autobús provenientes de la calle me dijeron que el paseo estaba por terminar.
Al salir de la estación camine hasta la acera y cruce a la derecha. Sentí el olor a pollo frito del restauran de la esquina. Cuantas veces comí allí. Cientos. Incluso antes de que abrieran el Metro. Comencé a hacer cálculos y deduje que el restauran debía tener mas de 20 años funcionando, recordé sus sillas color naranja y los manteles blancos siempre llenos de grasa de pollo. A quien se le ocurrirá colocar manteles blancos en un restauran popular. Un jalón me detuvo y la voz de una mujer:
- Señor cuidado el semáforo esta en verde.
Cual semáforo, no habían semáforos en esa esquina. Mi mano empezó a sudar. La mano del bastón. Di las gracias y me quede parado para tratar de orientarme. Los ruidos eran los mismos de cualquier esquina. Los automóviles, los autobuses, voces, miles de voces. Un hombre vendiendo lentes, otro comprando oro, alguien más comprando dólares, un señor vende loterías, una mujer vende hierbas aromáticas:
- Tilo, toronjil, manzanilla, orégano, malojillo. Tilo toronjil, sigue gritando la voz.
Es una voz joven, como de 20 o quizás 30 años. Es raro oír una mujer joven vendiendo hierbas y remedios eso es un negocio de viejas.
Coño estoy perdido.
La muchacha sigue:
- Tilo, tilo, toronjil, marruuuubio.
Esta muy cerca de mí, justo a mi lado. Instintivamente pregunto:
- ¿Que es el marrubio?
- Ay mijo eso es un monte pa´ la tensión alta y pal´ colesterol, a dos mil el ramito cuantos va a llevar.
Dibuje una sonrisa y le pregunte:
- ¿No hay nada pa´ la ceguera?
La risa vino sonora y larga:
- Depende mijo si es del alma o es del cuerpo, pa´ la suya no tengo nada.
- ¿Esta no es la esquina de la Av. Panteón? , pregunté
- Si mijo la mismita.
- Ah okay. - me sentí aliviado- Y ahora ¿hay semáforo?
- Si tiene como una semana pero hay más desorden. Antes los chóferes y los peatones se ponían de acuerdo entre ellos y ya. Pero ahora hay otro jefe, el semáforo y nadie sabe a quien obedecer. Dale puedes cruzar ahora, dale rapidito.
Comencé a caminar en línea recta dejándome llevar por el roce de las demás personas. Las conversaciones y me envolvían. El dinero que no alcanzaba para nada, el primo que se muere de cáncer, la amiga que le es infiel al esposo, el desempleado que desespera.
Sentí que el sol se apagaba y eso me indico la sombra del edificio de enfrente. Subí a la acera y seguí caminando. Más ruido, más bullicio. Mas voces una cuadra mas y ya llegaría a su casa.
Estar a su lado valía todo este trajín. Desde que la conocí no puedo sino pensar en ella. Su olor esta tatuado en mi nariz. A veces el olor me despierta a medianoche como si la tuviera a mi lado. Es una mezcla de un aroma dulce y sereno, como si tuviera en su piel todos los inciensos del mundo. Jamás había sentido un aroma parecido. Conozco todos los rincones de su cuerpo. Al tocarla es el único instante de mi vida en que ser ciego es una bendición. Mis dedos me dejaron descubrir su cuerpo como nunca lo hubiera hecho con los ojos. Mis manos conocen sus rincones, sus caminos, sus puertos de llegada. Su rostro esta preso entre mis palmas, como un molde en las de un escultor. Sus pechos son delicados, hermosos, sensibles como una fruta madura. Abrazar su cuerpo delgado y firme es como abrazar el universo entero.
Le pegue con el bastón al kiosco de periódicos y di cinco pasos. A mi derecha debía estar la puerta del edificio. Ubique el intercomunicador y presione el tercer botón de arriba hacia abajo. Era un sistema nuevo que hacia el clásico sonido del Big Ben para anunciar al visitante. Toque una, dos, tres veces. Siempre había sido puntual para abrirme. A la cuarta vez me comenzó a sudar la mano incluyendo al bastón. Nuestra cita era siempre los miércoles de 4 a 5. Esta en el baño, esta en el baño me repetí varias veces para tranquilizarme. Alguien se acerco y se paro a mi lado, se oyeron unas llaves. Debía ser un vecino entrando al edificio.
- ¿Que se le ofrece, puedo ayudarlo?
La voz era de una hombre maduro.
- No gracias ya me atienden, respondí tratando de ser cortes.
- A que apartamento se dirige, insistió el hombre
- Al 8B a casa de la Dra. Arrieta
- Ah que casualidad, yo soy Luis Arrieta hermano y colega de Nilda. Ella no podrá venir, ya ella me hablo de usted yo tomare su consulta si no le importa.
De pronto el calor de la tarde se hizo intolerable. Me provoco decirle que yo no venia por la psicólogo sino por la mujer.
- Si me importa, en verdad debió avisarme. Me cuesta mucho venir hasta acá.
Extendí la mano a forma despedida y el hombre la apretó de forma rápida y nerviosa..
Di media vuelta y comencé a alejarme. Tropecé y casi me caigo en mi afán por regresar. Al cruzar la calle algo me dio en la cara y al rascarme sentí su olor en mi mano. Fue durante el apretón. Aquel hombre tenía su olor impregnado. Sus manos olían a ella.

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