No terminó de abrir los ojos y supo que algo andaba mal. Un fuerte olor a azufre le llegó hasta el cerebro como señal inequívoca de problemas graves. Al tratar de levantarse se mareó y se trastumbó. La puerta del baño no estaba en su lugar, ni podía encontrar el interruptor de la luz. ¿Dónde carajo estaba? La borrachera de ayer tuvo que estar acompañada de algo mas para estar en estas condiciones.
No recordaba claramente haber estado bebiendo. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra entendió que no era su habitación. Consiguió una puerta, la abrió y el olor del azufre aumento de nivel, hasta tornarse fétido e insoportable. Volvió a maldecir, al darse cuenta que nunca había olido el azufre, al menos que el lo recordara, pero una información en su cerebro, le decía que aquella vaina podrida era azufre. ¿Cómo lo sabía?
Se dio cuenta que solo llevaba puesto unos shorts muy cortos, que tenia una barba tupida y el pelo largo y un vacío lleno la boca de su estomago. Miedo, puro miedo. ¿Dónde estaba? ¿Quién era él? ¿De donde salio esta barba? Un empujón y un grito, lo sacaron de su pensamiento.
- Apúrate el reactor se volvió a joder, si no lo acoplamos toda la estación se ira a la mierda, corre, corre…
¿Reactor, estación...? ¿Qué reactor? ¿Qué estación? Joder. Si, tuvo que ser eso, alcohol, ese whisky estaba adulterado, jamás volvería a beber nada de contrabando.
Los gritos aumentaron y los participantes también, de pronto se vio corriendo empujado por una veintena de hombres de su edad o mayores que el. Bajó unas escaleras de metal que parecían interminables y por el camino se pellizcó las piernas, se mordió la lengua y se abofeteó la cara hasta convencerse que no estaba ebrio y que no era un mal sueño.
Al llegar a un sitio bien iluminado en el fondo del edificio, vio una inmensa mole cilíndrica. El ruido que generaba era ensordecedor y el calor insoportable. El miso tipo que lo empujo en el pasillo, le gritó de nuevo:
- Bill tienes que entrar conmigo y ayudarme a cambiar la válvula antes de que colapse.
- No me llamo Bill, me llamo Pepe y no sé un coño de la madre sobre válvulas.
Atinó a responder.
Al escucharse por primera vez sintió pánico, se terminó de convencer y reconocerse a sí mismo. Era él, Pepe, el de siempre, el pendenciero, el jugador, era su voz. Pero ahora si que la había cagado, no tenia ni idea de que sería aquel disparate de vida que no era la suya.
El barbudo a su lado insistió:
- Déjate de vainas no quedan sino cinco minutos.
Pepe trato de bromear diciendo:
- Lo siento amigo, este no es mi película, mejor regreso a mi planeta.
Su nuevo compañero lo miró y ahora en la mueca de la cara había, rabia, burla y sarcasmo:
- Cual planeta pendejo, tenemos tres años atrapados en esta estación y todavía sigues soñando con regresar, vamos adentro esto no puede esperar.
Le dijo mostrándole una pieza de metal brillante, que él reconoció de inmediato como el olor del azufre. Era una válvula de presión para intercambio.
El tipo lo haló por el brazo. Mientras era arrastrado, se limpió un sudor frío de la frente y balbuceó:
- Mierda, yo no me llamo Bill.
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